lunes, 14 de diciembre de 2020

¿POR QUÉ NO AL ABORTO?


            Una vez más, la discusión sobre la legalización del aborto vuelve a adquirir una visibilidad protagónica. A continuación, reflexionaré sobre la cuestión, tratando de argumentar por qué el aborto no debería ser legal. No voy a exponer números o estadísticas ni a revelar los intereses económicos de poderosos organismos internacionales que se esconden detrás del “negocio” del aborto. Personas como Guadalupe Batallán o Agustín Laje ya lo han hecho de una manera que yo no podría emular. A los que les interesen estas cuestiones, los remito a las cuentas y a los libros de ellos[1]. Lo mío, en todo caso, es una reflexión (si se quiere) filosófica, sin olvidar que la ética forma parte de la filosofía y que la ciencia puede contribuir (y debe acompañar) a dichas meditaciones.

 

 

            ¿POR QUÉ EN CONTRA DE LA LEY?

 

            Para empezar, es bueno hacer una distinción entre el aborto como práctica y la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo como legalización y regulación de esa práctica. Más de una vez me han dicho que “no se está a favor del aborto”, sino de “una ley para que las mujeres pobres no mueran por abortos clandestinos”. Bien, este argumento es negado por las mismas consignas utilizadas en marchas por la legalización, como se puede ver en la IMAGEN 1: “La mujer puede y DEBE abortar”. De cualquier manera, no es el punto al que deseo llegar. ¿Por qué los que estamos en contra del aborto no queremos su legalización, si ésta no obliga a nadie a abortar? Fácil, porque la ley tiene la facultad de volver, a los ojos de los ciudadanos que se rigen por ella, buenas las prácticas que permite y malas las que prohíbe. Por eso, cuando alguien rompe una ley interviene la justicia. La identificación entre lo legal y lo justo no es nueva, sino que podemos encontrarla en Aristóteles (considerado el creador de la ética como disciplina filosófica)[2].

             Los que nos oponemos a la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (gran eufemismo) nos oponemos a que la sociedad en la que vivimos vea como justo terminar con la vida de un ser humano. Pero…

  

 

            ¿ES UN SER HUMANO?

 

            En este punto, creo que hay poco para discutir. Incluso, me animaría a decir que no hay nada para discutir. El debate sobre si lo que es en el vientre materno es o no un ser humano es una discusión absurda, sólo sostenida por aquellos que se ven en la necesidad de negar la humanidad del niño por nacer para así no enfrentar la realidad de un genocidio sin precedentes. Si se mira la cuestión desde la genética, no hay dudas. Desde el momento mismo de la concepción, esa “cosa” tiene ya un ADN propio y único, distinto al de la madre y al del padre. Tanto el óvulo como el espermatozoide poseen la carga genética de la mujer o del hombre, según el caso, al que pertenecen, pero el cigoto (fruto de la unión de ambos) tiene una carga genética propia, diferenciada de la de sus progenitores. Es decir, no sólo es un ser de la especie humana, sino que es un individuo.

             No es llamativo, entonces, que la Academia Nacional de Medicina se haya pronunciado en relación con esto. En su declaración del 22 de marzo de 2018 afirma que “el niño por nacer, científica y biológicamente, es un ser humano cuya existencia comienza al momento mismo de su concepción” (ver IMAGEN 2)[3]. Lo dice la Academia Nacional de Medicina, no la Iglesia Católica medieval.

             Escoger una “parte” del feto para establecer su humanidad es tan cínico como absurdo. Da igual que se hable del sistema nervioso central, del corazón, de los riñones, del hígado o de las uñas, todo eso está atravesado por la misma carga genética, que dice que ese sistema nervioso, ese corazón, etc. es de ese individuo y no de otro. Elegir una parte de un ser para definirlo como ser es tan tonto (aunque igualmente caprichoso) como decir que un niño no es un ser humano hasta tanto no tenga dientes (en ese caso no lo sería hasta los cinco meses, aproximadamente), vello púbico (no lo sería entonces hasta la pubertad) o canas (haría falta esperar hasta la vejez). Sueno tonto, ¿no? Claro, porque lo es, tan tonto como discutir cuándo algo que ya es pasa a convertirse en ser.

             En resumen, no hay dudas con respecto a esto: desde el momento de la concepción hablamos de un ser que tiene una carga genética humana y única. Es un ser humano. Es un individuo. Acabar con esa vida, en cualquier momento después de la concepción, es acabar con una vida humana, distinta de la vida de la mujer que la lleva en el vientre. Incluso admitiendo que el feto es en potencia un ser humano, hay que admitir también que nada puede ser en potencia algo que no vaya a estar presente, de alguna manera, en su ser en acto. El lema “Es mi cuerpo, es mi decisión” es absolutamente incorrecto (sería irrisorio, si no implicara la muerte de un ser humano indefenso, ajeno a las decisiones que se toman sobre él). ¿Cómo podría ser el cuerpo de la madre si, desde el vamos, no comparte con él el ADN ni, en algunos casos, el mismo grupo sanguíneo o, todavía más, el mismo sexo? El principio de contradicción se lamenta de una humanidad que ha llegado al punto de negar lo obvio… y creerse revolucionaria por eso.

             Pero, ¿qué pasa cuando no se quiere ser madre? Porque…

  

 

            LA MATERNIDAD SERÁ DESEADA O NO SERÁ

 

            Este lema demuestra la mediocridad en la que estamos inmersos al creer (y exigir) que las cosas tienen que ser como las deseamos. Hasta este punto llegamos, en el que creemos que el valor de una vida humana (o, peor aún, su propia esencia) es una consecuencia del deseo de otra persona. No hace falta decir que en la vida muchas veces nos pasan cosas que no deseamos y muchas veces (la mayoría, diría yo) las cosas no salen como deseamos. ¿Qué hacemos entonces? ¿Lloramos? ¿Pataleamos? ¿Nos deshacemos de lo que no nos gusta? ¿Lo matamos?

             No hay daño más grande que el de hacerle creer a alguien que las cosas tienen que ser como él o ella desea. ¿Qué va a pasar cuando en su carrera, por ejemplo, aparezcan materias que no le gusten? ¿Qué va a pasar cuando en su trabajo haya tareas que no desee? ¿Qué va a pasar cuando la vida le ponga enfrente situaciones indeseables: enfermedades, pérdidas, personas insufribles? ¿Qué va a pasar?, porque no siempre va a poder deshacerse de lo que no desea de manera legal, segura y gratuita.

             Asimismo, este lema implica una trampa que las mismas mujeres se tienden entre sí y que algunas, imagino, deben creer de buena fe. La maternidad no sólo es un deseo. Tampoco es exclusivamente una decisión. La maternidad, como la paternidad, es un contrato que se firma de por vida. "La maternidad será deseada”, ¿pero hasta cuándo es válido ese deseo? ¿Qué le decimos a la madre que deseó y decidió la maternidad estando embarazada de 9 semanas, pero que cambió de opinión a los cinco años, cuando las cosas se empezaron a complicar? ¿Debe seguir siendo madre, aunque ya no lo desee? ¿Y si una mujer se da cuenta de que no desea ser madre de una adolescente, porque eso la obliga a enfrentar una serie de situaciones para la que no se siente preparada? Dicen que “la maternidad debe ser deseada”, pero ignoran el hecho de que muchas veces los deseos no duran toda la vida y que lo que se desea hoy, quizás no se desee mañana. La maternidad (y la paternidad, insisto) es una responsabilidad, que dura mucho más que 14 semanas o 9 meses.

             Además, instalar el deseo como la causa de la maternidad es tan poco serio como sostener que basta desear ser madre para serlo. La situación inversa nos muestra que el deseo poco tiene que ver con esto. ¿Cuántas mujeres desean quedar embarazadas y, así y todo, no logran hacerlo? La vida no se guía por nuestros deseos. Y si no basta con desear ser madre para serlo, tampoco basta con no desear ser madre para borrar el hecho de que, en efecto, ya se es. Lo que viene, en todo caso, es una decisión sobre esa maternidad: terminarla (eliminando al hijo) o continuarla hasta el momento del parto (que abrirá la posibilidad de una nueva decisión, ya sea para quedarse con el niño o darlo en adopción). Para dejar de ser madre durante el embarazo hay que eliminar aquello que constituye en madre a una mujer: el hijo. No se puede dejar de ser madre sin matar al hijo. El deseo como condición necesaria para la maternidad en el embarazo instaura el filicidio como medio de mantener un proyecto de vida que no salió como se esperaba.

 

 

            CUESTIÓN DE DECISIONES: ABORTO DE TODAS FORMAS

 

            No quiero terminar sin antes mencionar una disyuntiva que siempre nos plantean a los que estamos en contra del aborto, y que se puede resumir así: “La discusión no es ‘aborto sí o aborto no’, sino ‘aborto seguro y legal o aborto clandestino’. Esto se llama “falacia del falso dilema”, que implica la limitación de opciones únicamente a dos cuando en realidad hay más. Es mentira que la discusión sea “aborto legal o clandestino”, porque la mujer puede, de hecho, elegir continuar con el embarazo y después dar al niño en adopción, lo que le permitiría a ella dejar de ser madre y al niño vivir. Creer que la mujer no puede elegir otra cosa que abortar es despreciar y subestimar a la mujer. Y, además, cuando este falso dilema se instala, es engañarla.

             Decir que la discusión es “aborto legal o aborto clandestino” es como plantearle a un joven que la discusión no es “drogas sí o drogas no”, sino “drogas de buena calidad o drogas de mala calidad”, dando por hecho de que el joven en cuestión no podría jamás elegir otra cosa que no sea drogarse y que, si ya tomó la decisión, no se puede hacer nada para disuadirlo. Una falsedad más. De la misma manera que la discusión es, efectivamente, “drogas sí o drogas no”, la discusión en torno al aborto debe ser “aborto sí o aborto no”. Todo aquel que quiera desviar la discusión hacia otros dilemas lo hace porque sabe que está destinado a perder el debate en los términos en los que el debate verdaderamente se tiene que dar. “Pero abortos van a seguir habiendo”, puedo escuchar que me dicen. Es verdad, nadie niega eso, como nadie niega que los delitos seguirán formando parte de la sociedad humana. La existencia segura de un delito no es razón suficiente para legalizarlo.

Y con respecto a la convicción de que los abortos seguirán existiendo, no está de más señalar que serán (siempre y cuando no sean espontáneos o producto de algún accidente) el resultado de una decisión humana. No se trata de tormentas o terremotos, que suceden independientemente de la voluntad del hombre. No. Los abortos son productos de decisiones. Quien aborta lo hace porque decidió abortar (si la mujer que aborta no lo decidió, entonces alguien decidió por ella y la obligó). Se trata, entonces, de darles a las personas las herramientas y los recursos para que puedan elegir otro camino, uno en el que nadie muera. La reducción de la discusión es el intento deliberado por negarle a la mujer todo un espectro de la realidad en el que también puede elegir. Porque siempre se elige, aunque no siempre se elija bien. Como afirmó Sartre: “…cualquiera que fuese nuestro ser, es elección, y de nosotros depende elegirnos como ‘grandes’ y ‘nobles’ o ‘viles’ y ‘humillados’”[4]. 

 

 

EN FIN…

 

Nos encontramos en un momento histórico en el que, desde ciertos sectores, se trata de instalar la idea de que un hijo te arruina la vida, impide que te desarrolles como persona, que estudies, que progreses en tu trabajo. Lejos quedó la creencia en que “todo hijo viene con un pan bajo el brazo”. Cada vez son más los casos de padres que dejan solos a sus hijos pequeños para ir a bailar o salir con amigos. En algunos casos, esa decisión les ha costado la vida a los niños. La importancia desmedida dada a los propios deseos (“egoísmo”, se llama en criollo) no se acaba con el aborto ni con el parto. Se trata de un rasgo lamentable de nuestra época. De alguna manera, llegamos a creer que nuestro deseo vale más que la seguridad de los demás.

 Mucho más se podría decir sobre el aborto, mucho más se podría decir sobre un momento histórico en el que un sector de las mujeres no lucha por el derecho a tener a sus hijos, sino por el derecho a no tenerlos. Sí, mucho se podría decir, y mucho se está diciendo. Por mi parte, quiero terminar respondiendo a otro de los lemas que nos asignan a los que estamos en contra de esta ley. Dicen que los que nos oponemos a la ley queremos obligar a los demás a vivir según nuestras propias convicciones. Si acaso eso es cierto, creo con toda honestidad que es mejor que obligar a otros a morir según los propios deseos.



ANEXO 1: 

EL HOMBRE


La cuestión del hombre, como ser humano de sexo masculino, no es menor. Sin embargo, parece que nadie repara en ella, por eso voy a tratarla brevemente en este anexo. Estamos ante un proyecto de ley que vuelve invisible y ata de manos al hombre, impidiéndole formar parte de la decisión de abortar o no al hijo que también es de él. Ante el lema “la maternidad será deseada o no será”, la paternidad está exenta de todo deseo propio y será lo que la mujer desee que sea. Así, si un hombre y una mujer tienen relaciones y ésta queda embarazada, la paternidad no tendrá nada que ver con los deseos del hombre. Si la mujer decide abortar, el hombre no será padre (aunque desee serlo); en cambio, si la mujer decide seguir con el embarazo, el hombre será padre de por vida (aunque no desee serlo) y tendrá que cumplir con lo que la ley obliga (o enfrentar una batalla legal si no lo hace). Para que sea justo (sin dejar de ser injusto), entonces si se afirma que la maternidad sólo puede ser deseada, la paternidad también debe contar con esa imperativa, reservando al hombre el derecho a negarse a ser padre en caso de no desear serlo y que no tenga ninguna obligación al respecto.

 Por otro lado, pocas cosas llaman tanto la atención como la militancia de algunos hombres por la aprobación de una ley que los anula completamente. Más llamativo es el hecho de que estos hombres son vistos como “aliados” de las mujeres. Basta que un hombre ponga #QueSeaLey en alguna red social para que los corazoncitos verdes y las palabras de cariño de las mujeres pueblen los comentarios. No obstante, el trasfondo es otro. El ser humano suele estar de acuerdo con que lo dejen afuera sólo cuando no quiere estar adentro. Los hombres que apoyan esta ley son aquellos que, consciente o inconscientemente, dicen: “Es tu cuerpo, es tu decisión, yo no tengo nada que ver. A mí no me jodan, decidí vos”. Claro, lo disfrazan todo de empatía, comprensión y militancia revolucionaria. No obstante, es la misma forma de pensar de aquellos que salieron corriendo cuando la mujer con la que estuvieron llegó con una noticia inesperada e indeseable. Ahora encontraron la manera de hacer pasar su falta de compromiso y de responsabilidad como comprensión y feminismo. Ni hablar de que los padres de un adolescente pueden hacer uso de esta ley para que su hijo, que dejó embarazada a su novia, no se vea implicado en ninguna decisión ni tenga, tampoco, ninguna responsabilidad: “que se hagan cargo —podrían decir— los padres de la chica. Después de todo, es su cuerpo y es ella la que tiene que tomar la decisión”. Lo irónico, insisto, es que las mujeres no ven nada de esto y se sienten acompañadas por aquellos hombres que luchan por una ley que los deja libre de toda responsabilidad. Y no está de más mencionar la hipocresía de los que afirman que el hombre no tiene que opinar, dejando sola a la mujer hasta en el discurso y negando el hecho de que eso, también, es opinar.




ANEXO 2: 

IMAGEN 1




ANEXO 3: 

IMAGEN 2









[1]Agustín Laje y Nicolás Márquez, El libro negro de la nueva izquierda. Ideología de género o subversión cultural y Guadalupe Batallán, Hermana, date cuenta. No es revolución, es negocio. Ambos disponibles en Amazon.

[2] Ver el “Libro V” de la Ética Nicomaquea.

[3] También pueden visitar los sitios anm.edu.ar o acamedbai.org.ar.


[4] Ver el Capítulo I de la Cuarta Parte de El ser y la nada. 

lunes, 2 de julio de 2018

SOBRE SER UN CRISTIANO INTELECTUAL



            El otro día me pasó algo curioso en una clase de 5to año. Estaba hablando con mis alumnos sobre el “relato fantástico” y, como siempre que se habla de eso, terminamos reflexionando sobre lo sobrenatural y las experiencias paranormales. Entonces, comenté al pasar que yo creía en Dios. La decepción del alumnado fue evidente, tan evidente que se hizo un silencio semejante al que se suele implantar luego de un momento bochornoso o, incluso, trágico. Finalmente, el silencio fue roto por uno de los chicos, que levantó la mano: “¿En serio, profe? ¿Usted cree en Dios? Eso sí es raro…”. “¿Por qué es raro?”, le pregunté. “No sé… No me lo imaginaba, teniendo en cuenta que usted es… es… no sé, inteligente”. Después de semejante respuesta, la discusión, obviamente, adquirió un nuevo derrotero.

            El colegio en cuestión es un colegio católico, por lo que la resistencia de los jóvenes a la religión es más vehemente ahí que en otras instituciones que no profesan ninguna creencia. Entre las formas en que se expresa esta resistencia está la de considerar que las personas creyentes son, por definición, poco inteligentes, sumisas y, por qué no, ignorantes. El argumento esgrimido por los jóvenes es el de que el creyente no cuestiona nada y a cada incógnita planteada por la vida responde con un “es la voluntad de Dios” o “Dios así lo hizo”. Algo verdaderamente injusto, ya que, entre los creyentes, no son pocos los que tienen que convivir con un número incontable de preguntas y de cuestionamientos, que no sólo no se ven atenuados por el hecho de creer en Dios, sino que, por el contrario, se ven exacerbados por eso.

            Parece mentira que se haya olvidado que no pocos de los más grandes filósofos e intelectuales de la historia creyeron en la existencia de Dios. No voy a dar una lista de nombres porque no tiene sentido; lo que sí quiero marcar es que la idea de creer en Dios no tiene por qué ir de la mano con una postura sumisa de doblegamiento intelectual. De hecho, no hay que olvidar que el fundador del cristianismo (que el cristiano tiene por maestro, líder y, por si  fuera poco, Dios mismo) fue un gran crítico de la realidad que le tocó vivir y que les enseñó a sus discípulos a mantener esa misma postura: críticos con la realidad política, con la realidad circundante y críticos también con la realidad religiosa. Él, que marcó la historia hasta tal punto que ella misma se divide en antes y después de su nacimiento, llegó a elevar los ojos al cielo y preguntarle a su mismo Padre por qué lo había abandonado. Quién ve en Jesús un ejemplo de subordinación intelectual y de apatía crítica, no ve a Jesús.

            Vivimos tiempos de pereza intelectual. Los partidos políticos se valen de la incondicionalidad irreflexiva de sus adeptos para llenarse los bolsillos, las religiones se nutren de la irracionalidad de sus fieles para subsistir, las publicidades nos vuelven idiotas hasta el punto de hacernos creer que necesitamos lo innecesario para poder vivir, la felicidad se convirtió en una utopía al alcance de la billetera, las redes sociales nos muestran cómo una persona puede mostrarse alegre y suicidarse a las pocas horas… Ejercer una actividad crítica no es una anormalidad religiosa, sino una anormalidad a secas.

            Por mi parte, seguiré ejerciendo mi libertad al momento de pensar y de decir lo que se me venga en gana. Siempre con respeto, pero con decisión y argumentos. Y que caiga el que tenga que caer, incluso yo mismo. Soy católico, creo en la democracia, no apoyo la legalización del aborto, confío en la ciencia y no dejo de hacerme preguntas y de cuestionar todo lo que me rodea. Y, tengo que admitirlo, esa tendencia a la crítica (tal vez innata) se vio reforzada después de leer los Evangelios.


sábado, 7 de enero de 2017

REFLEXIONES SOBRE EL PECADO ORIGINAL



Fresco de Miguel Ángel en la bóveda de la Capilla Sixtina


El concepto de Pecado Original no deja de parecerme increíble. Expresa una idea bastante curiosa de la existencia (al menos cristiana). La página católica oficial, Aci-Prensa, define al Pecado Original de la siguiente manera:


«Adán y Eva se dejaron engañar por el demonio y desobedecieron a Dios. Este fue el primer pecado en la tierra: el pecado original, y por esto todos los descendientes de Adán y Eva, excepto la Santísima Virgen María, venimos al mundo con el pecado original en el alma, y con las consecuencias de aquel primer pecado, que se nos transmite por generación.»[1]


            De esta manera, cuando nacemos no tenemos absolutamente nada, salvo el Pecado, como si lo malo fuera lo único que se hereda y transmite. Es interesante, el cristiano no cree en la reencarnación de las personas, pero sí en la reencarnación del Pecado. Esa falta cometida por Adán en los orígenes de la humanidad se «reencarna» en cada ser humano que nace.

            Por otra parte, el Pecado parece ser más fuerte que la Gracia. En teoría, Jesús (que es mucho más que Adán) vino a poner fin a esa mancha legada por el primer hombre. Leemos a San Pablo en su carta a los romanos:


«Y así como la desobediencia de uno solo hizo pecadores a muchos, así también por la obediencia de uno solo toda una multitud es constituida “justa”.» [2]


No obstante, según la interpretación oficial, y que parece contradecir al mismo Pablo, la Gracia no tendría el mismo alcance que el Pecado que pretende borrar. Dicho con otras palabras, mientras que el Pecado nace con cada hombre y mujer, la Gracia sólo está con aquellos que la aceptan conscientemente (o, en su defecto, con aquellos que la reciben de sus padres, que la dan conscientemente, por medio del Bautismo). Nadie se limpia del Pecado Original si no acepta a Jesús como su Salvador. Un ateo, sin creer en el Pecado, lo tiene, aunque no así la Gracia. Por esto mismo, el Pecado sería más solidario, extensivo y universal; y por ende más poderoso que la Gracia, siempre selectiva, limitada y exclusiva.

            Como puede verse, es el hombre (siempre el hombre) quien limita el Bien y le da alas al Mal. Por eso, me animo a concluir que una idea condicionada, incorrecta de Dios es mucho más dañina que el más profundo y militante ateísmo.




[1] Fuente: https://www.aciprensa.com/Catecismo/pecado.htm
[2] Romanos 6, 19.



sábado, 23 de mayo de 2015

¿QUÉ ES LA FELICIDAD?


          La felicidad es entender que estamos vivos, que tenemos una mente y un corazón, que es lo mismo que decir que tenemos un alma. Es saber que el pasado ya quedó atrás y que el futuro no existe, que mientras estamos vivos (sin importar las condiciones) estamos tan vivos como cualquiera. Es descubrir que hay un Padre bueno que cuida de nosotros, y que por ende la sola idea de miedo es absurda. Ser feliz es dejarse sorprender por la vida sin imponerle tantas interpretaciones, sabiendo que hay cosas malas que derivan en buenas y cosas buenas que al final nos perjudican. Ser feliz es besar, reír, llorar, amar, entregándolo todo en ese instante. Ser feliz es vivir sintiendo la vida. Nada más.


domingo, 3 de mayo de 2015

Decálogo de la felicidad


1) Es feliz quien, antes que entender la vida, se dispone a vivirla.
2) Es feliz quien ama sin esperar ser amado y no odia aun siendo odiado.
3) Es feliz quien el tiempo para amar no le deja tiempo para odiar.
4) Es feliz quien no sólo pone la otra mejilla, sino que también extiende la mano.
5) Es feliz quien se ve detenido sólo por la muerte y no por la posibilidad de ella.
6) Es feliz quien encuentra lo que le gusta y no lo pospone.
7) Es feliz quien, tanto al levantarse como al acostarse, agradece.
8) Es feliz quien ve la belleza en una mariposa, una rata, una araña y un delfín.
9) Es feliz quien no lucha contra el miedo, porque no le da entidad suficiente como para convertirlo en contrincante.
10) Es feliz quien no necesita saber que es feliz.


Si sos feliz hoy, qué te importa si vas a morir mañana. Ahora bien, si te importa si vas a morir mañana, jamás podrás ser feliz hoy.


domingo, 26 de abril de 2015

NO DIJO QUE NO


Si la madre hubiese dicho que no,
¿Él la hubiera escuchado?
¿Hubiera negado la salvación por respeto a su sierva?
¿Negado su plan concebido en la eternidad?
Y si la madre hubiese dicho que no,
¿se hubiera quedado el mundo sin redentor?
¿Las generaciones, sin guía?
¿El Cielo, vacío; y el Infierno, con vida?
Pero la madre no dijo que no,
y jamás lo haría.
Al Eterno respondió:
“Yo soy la servidora del Señor,
hágase en mí tal como has dicho”.
Y a los hombres agregó,
refiriéndose a su Hijo:
“Hagan lo que él les diga”.
La madre no dijo que no,
y jamás lo haría.
Atravesada en su corazón,
será la imagen del fiel,
del que no desfallece,
del que permanece,
en su misterio,
en su fe,
por amor.
No dijo que no,
y jamás lo haría.

                                                          Lucas Berruezo


lunes, 20 de abril de 2015

TRES SIMPLES RAZONES PARA CREER EN LA EXISTENCIA DE UN JESÚS HISTÓRICO




En su novela El péndulo de Foucault, Umberto Eco pregunta, por medio de un personaje, por qué no podríamos pensar en la posibilidad de que Jesús haya sido un invento*. La historia de la humanidad está hecha de ellos, y muchos, aunque nacidos de la imaginación de los hombres, han encontrado su «confirmación» en el mundo de las cosas reales. De esta manera, Eco da voz al mitismo, esa corriente que pone en duda no ya la divinidad del carpintero de Galilea, sino su misma existencia histórica.


sábado, 11 de abril de 2015

EL HOMBRE


     Deseaba ser como los demás hombres,
como su padre,
tener su negocio, su familia,
un hijo al que pasarle su sabiduría.

     Deseaba tener una esposa,
una compañera,
que calentara su lecho por las noches,
una voz amiga al rayar el día.

     Mujeres no le faltaban,
tan fieles como su madre,
muchas, por él, habían cambiado,
muchas, a él, lo querían.

     Deseaba ser como los demás hombres,
llegar a viejo,
con nietos expresándole eternidad,
con un bastón sirviéndole de guía.

     Una muerte en paz,
rodeado de los suyos,
sabiendo que el amor iba a durar,
que la rueda rodando seguiría.

     Imposible.

     No fue como los demás hombres,
por su Padre,
su propio celo,
se expuso como eterna garantía.

     Lleno de llagas y magulladuras,
elevado entre los bajos,
vio a sus amigos dispersos,
sólo su madre, su Juan y su otra María…

     Deseaba ser como los demás hombres,
pero eso no era para él,
su destino era ser fiel,
y, con eso, la historia cambiaría.


                                                        Lucas Berruezo


miércoles, 5 de marzo de 2014

Sobre la muerte (y, por ende, sobre la vida)


Stultum est timere quod vitare non potes.
(Absurdo es temer lo que no se puede evitar.)
Publio Siro (siglo I a. C.)


            Envidio (aunque no admiro) a las personas que pueden vivir su vida evitando pensar en la muerte. Por el contrario, me dan pena aquellos que se sumergen en un pensamiento obsesivo, que contamina cada uno de los días que viven bajo el sol, convirtiendo hasta la tarde más hermosa en una noche cerrada, llena de sombras. Para los primeros, la muerte espera, y de su cercanía o lejanía (siempre falsa y supuesta) dependerá el nivel de pánico o de tranquilidad que los embargue. Y para los segundos, la muerte ya ganó su combate, y cuando llegue y los arranque de este precario mundo no tendrá más que venir a retirar lo que ya es suyo, de la misma manera que una persona que ganó una rifa no tiene más que retirar un premio que ya lleva su nombre. Y es que la muerte no gana cuando mata a alguien, sino cuando contamina su vida, cuando obliga a vivir a quien no murió como si ya lo hubiese hecho, cuando se hace presente antes de estar, en rigor, presente. Dicho más brevemente: la muerte gana cuando infunde miedo.

sábado, 15 de febrero de 2014

Empiezan las clases (la visión de un docente)


Soy docente. Profesor de Prácticas del lenguaje y de Literatura del Nivel Secundario para ser más exacto. Por esto mismo, el comienzo de las clases no es cualquier momento del año para mí, sino una etapa llena de entusiasmo, esperanza, expectativas, locura, paranoia y, por qué negarlo, depresión. Pero acá estamos, intentando ponerle el pecho a la cuestión y esforzándonos por no abandonarlo todo incluso antes de empezar.