![]() |
Aristóteles |
Mientras
más uno se pregunta sobre la felicidad, menos es capaz de alcanzarla. Entre los
males de nuestro tiempo se encuentra esa absurda y lastimera propensión a preguntarnos
todo el tiempo si lo que hacemos, si las
personas con las que estamos, si el trabajo al que le dedicamos nuestra vida
nos hace feliz. Desde el momento en que nos preguntamos eso empujamos la
felicidad varios metros (o kilómetros) más adelante. Creo que mis abuelos eran
felices, y lo eran porque no esperaban serlo. Simplemente vivían, tomaban sus
mates a la tarde y veían crecer a sus hijos primero y a sus nietos después. Ahora,
en cambio, solemos interrumpir el curso de la vida con la angustiante pregunta:
¿Esto me hace feliz? ¿Él/ella me hace feliz? No hay que preguntarse entonces
por qué hay tanto depresivo suelto o por qué los matrimonios ya no duran como
antes. Los psicólogos, por su parte, están chochos.
En
su Ética Nicomaquea, Aristóteles
afirma que la felicidad es aquello a lo que verdaderamente tendría que aspirar
el ser humano, ya que no es medio para ningún fin, sino un fin último. El resto
de las cosas las buscamos para conseguir algo más (el trabajo para ganar
dinero, el dinero para comprar cosas, las cosas para obtener comodidades, las
comodidades para conseguir tranquilidad, etc.), mientras que la felicidad no
sirve para nada más que para ser felices, agotándose ahí la cadena de
consecuencias utilitarias.
Por
supuesto, no hay que confundir felicidad con
placer, cosa que suele hacer la mayoría
de las personas. La felicidad va acompañada de placer, pero no son lo mismo. Mientras
que la felicidad es el resultado de una vida dedicada al ejercicio de la
virtud, el placer puede no ser virtuoso (el placer buscado por el hombre
vicioso será como él). Por otra parte, mientras que la felicidad no conoce
excesos, el placer sí, como queda claro en los conceptos de incontinencia e intemperancia.
Hay
diferentes graduaciones de la felicidad, siendo la más elevada aquella en la que
interviene la parte más elevada del hombre: el intelecto (noûs). Así, la vida teórica (la que dedica su tiempo a la ciencia y
la filosofía) será la más feliz, mientras que la vida activa, por virtuosa que
sea, tendrá una dicha menos plena por depender más de las condiciones externas:
el generoso necesita dinero para serlo, el valiente, alguna ocasión para
demostrar su valentía, etc. Pero si bien la vida teórica es la más
independiente de los bienes externos, tampoco les puede dar la espalda: para
ser feliz, el hombre necesita tener sus necesidades básicas cubiertas. Según el
Estagirita, nadie puede dedicarse a la sabiduría si no dispone de alimento y de
los cuidados necesarios de su cuerpo.
Me
pregunto qué opinarían mis abuelos de las reflexiones aristotélicas. ¿Se
reirían o harían una mueca, rechazando la argumentación con un gesto de su mano
y tomando su próximo mate de un solo sorbo? Aristóteles murió en el año 322 a.
C. y todavía seguimos preguntándonos sobre la felicidad. La única realidad, con
la que me encuentro todos los días, es que hay pocas personas felices. Y las
que lo son, dudo que puedan teorizar al respecto. Claro, tampoco querrían.
¿Para qué, si ya son felices?
No hay comentarios:
Publicar un comentario