jueves, 26 de septiembre de 2013

Los caminos de la felicidad

Aristóteles

             Mientras más uno se pregunta sobre la felicidad, menos es capaz de alcanzarla. Entre los males de nuestro tiempo se encuentra esa absurda y lastimera propensión a preguntarnos todo el tiempo si lo que hacemos, si las personas con las que estamos, si el trabajo al que le dedicamos nuestra vida nos hace feliz. Desde el momento en que nos preguntamos eso empujamos la felicidad varios metros (o kilómetros) más adelante. Creo que mis abuelos eran felices, y lo eran porque no esperaban serlo. Simplemente vivían, tomaban sus mates a la tarde y veían crecer a sus hijos primero y a sus nietos después. Ahora, en cambio, solemos interrumpir el curso de la vida con la angustiante pregunta: ¿Esto me hace feliz? ¿Él/ella me hace feliz? No hay que preguntarse entonces por qué hay tanto depresivo suelto o por qué los matrimonios ya no duran como antes. Los psicólogos, por su parte, están chochos.


            En su Ética Nicomaquea, Aristóteles afirma que la felicidad es aquello a lo que verdaderamente tendría que aspirar el ser humano, ya que no es medio para ningún fin, sino un fin último. El resto de las cosas las buscamos para conseguir algo más (el trabajo para ganar dinero, el dinero para comprar cosas, las cosas para obtener comodidades, las comodidades para conseguir tranquilidad, etc.), mientras que la felicidad no sirve para nada más que para ser felices, agotándose ahí la cadena de consecuencias utilitarias.

            Por supuesto, no hay que confundir felicidad con placer, cosa que suele hacer la mayoría de las personas. La felicidad va acompañada de placer, pero no son lo mismo. Mientras que la felicidad es el resultado de una vida dedicada al ejercicio de la virtud, el placer puede no ser virtuoso (el placer buscado por el hombre vicioso será como él). Por otra parte, mientras que la felicidad no conoce excesos, el placer sí, como queda claro en los conceptos de incontinencia e intemperancia.

            Hay diferentes graduaciones de la felicidad, siendo la más elevada aquella en la que interviene la parte más elevada del hombre: el intelecto (noûs). Así, la vida teórica (la que dedica su tiempo a la ciencia y la filosofía) será la más feliz, mientras que la vida activa, por virtuosa que sea, tendrá una dicha menos plena por depender más de las condiciones externas: el generoso necesita dinero para serlo, el valiente, alguna ocasión para demostrar su valentía, etc. Pero si bien la vida teórica es la más independiente de los bienes externos, tampoco les puede dar la espalda: para ser feliz, el hombre necesita tener sus necesidades básicas cubiertas. Según el Estagirita, nadie puede dedicarse a la sabiduría si no dispone de alimento y de los cuidados necesarios de su cuerpo.

            Me pregunto qué opinarían mis abuelos de las reflexiones aristotélicas. ¿Se reirían o harían una mueca, rechazando la argumentación con un gesto de su mano y tomando su próximo mate de un solo sorbo? Aristóteles murió en el año 322 a. C. y todavía seguimos preguntándonos sobre la felicidad. La única realidad, con la que me encuentro todos los días, es que hay pocas personas felices. Y las que lo son, dudo que puedan teorizar al respecto. Claro, tampoco querrían. ¿Para qué, si ya son felices?


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