viernes, 27 de septiembre de 2013

Sabiduría e inteligencia

Jesús y los fariseos - James Tissot
Se puede alcanzar la teoría sin que, por eso, la vida cambie en lo esencial. Recuerdo el pasaje en el que, refiriéndose a los maestros de la Ley y a los fariseos, Cristo exhorta: “Hagan y cumplan todo lo que ellos dicen, pero no los imiten, porque ellos enseñan y no practican” (Mt 23, 3). El hecho de que la teoría no tenga un correlato en la práctica no anula ni desautoriza esa teoría. Se puede saber cómo hay que vivir, qué cosas son las verdaderamente importantes, qué merece desvelos y qué no; se puede saber teóricamente todo eso y, sin embargo, seguir con una vida ansiosa y desequilibrada. A lo mejor, por esto mismo vivimos en un mundo con gente cada vez más alfabetizada, más informada y en algún punto (a discutir) más inteligente, pero definitivamente menos sabia; un mundo donde el médico fuma, donde el psicólogo va al psicólogo y donde el deportista no está exento de los más peligrosos excesos.
     
Confucio
          Sabio es, entonces, quien posee el conocimiento de la virtud y lo pone en práctica en su propia vida. De lo contrario, no tendría sabiduría, sino inteligencia, simple y vana inteligencia. Hace 2500 años, Confucio ya alertaba sobre la naturaleza del sabio: “Es el que primero practica lo que predica y después predica de acuerdo con la práctica” (Analectas, Libro 2, XIII). Teoría y práctica, alimentándose e influyéndose mutuamente.

El conocimiento vuelto sólo hacia afuera, hacia las cosas, es inteligencia, mientras que vuelto hacia dentro, en una introspección auténtica, es sabiduría. ¿Cuántas personas inteligentes conocemos? De seguro no muchas, pero sí algunas. La inteligencia es un valor escaso, pero aún presente. ¿Y cuántas personas sabias? Yo diría pocas, por no decir ninguna. La sabiduría, al menos en nuestro atareado, acelerado y consumista Occidente, nos abandonó hace tiempo, como un amante cansado de la indiferencia del amado.

            ¿Se puede ser sabio sin quietud, sin armonía, sin silencio? ¿Cuánto de esto tenemos en el siglo XXI? ¿Se puede ser sabio en un mundo que necesita su pastillita redentora para retrasar, al menos por un día más, su ataque de ansiedad? El tema da para largo. Tendríamos que hablar de la preeminencia del ego, del consumismo, del vértigo, de los miedos y ansiedades, de muchas cuestiones que exceden la extensión de este modesto artículo y que seguramente iré abordando en el futuro. De cualquier modo, estaría bueno hacer el ejercicio de mirar con atención, buscando entre todas las personas que nos rodean alguien del que se pueda decir que entendió el modo en que tiene que ser vivida la vida y viva en consonancia con ese entendimiento.

            ¿Encontraremos a alguien?


No hay comentarios:

Publicar un comentario