
El escritor publicó pocas obras (recomendable
Elegía de un misterio) y dedicó la
mayor parte de su vida a trabajar como corrector en el diario La Prensa. En
cierta ocasión trató de integrarse a las tertulias que se realizaban en Buenos
Aires, en especial las que Borges frecuentaba, aunque no hay más prueba de ello
que cierta referencia en una carta suya a Cristian Salucho, otro escritor uruguayo,
donde menciona “la imposible entrada” a aquellos círculos. Resignado al fracaso
de sus intentos, Offenbach se recluyó en su trabajo y en una escritura
solitaria. Nuestro poeta parece haber nacido destinado al olvido, aunque quizá
la pereza de la historia en recordarlo se deba a que vivió bajo la sombra de
los grandes poetas de su época. No se puede nacer entre genios sin ser uno.
Para la memoria, es mejor nacer en épocas mediocres. Sin embargo, en cierta ocasión
pudo pasar a la inmortalidad a caballo de la ironía de Borges, a quien le
preguntaron por él durante un diálogo público sobre El Quijote, en la provincia de Santa Fe. Una periodista del público
le indagó:
- ¿Qué opinión le merece el
escritor uruguayo Ricardo Offenbach? –
- ¡Caramba! ¿Era uruguayo? Que
grata sorpresa. Es una circunstancia que nos alivia en algo. Es un poeta demasiado
nostálgico. Lástima que no haya podido impregnar su nostalgia en su poesía. Aunque,
luego de la revelación que usted me ha hecho, quizá todo se deba a un problema
de nacionalidades.
Cuando la periodista preguntó si
se refería a la confusión entre argentina y Uruguay, Borges respondió
graciosamente.
- En absoluto se debe a un
problema de estas latitudes… Es una molestia europea: Offenbach… ¿Ricardo…?
Quizá debería haberse llamado Frederick, o Heller…. Pero Ricardo no le
colabora…
Dejando de lado esta cómica
situación (quizá no las haya otras tratándose de Borges y otro escritor), paso
a introducir el poema de Offenbach.
El mismo figura en una
recopilación de poemas editado por el municipio de Montevideo en 1943 titulada Poemas y coplas orientales. El escrito
de Offenbach, Coplas a la Conquista
pudo ser incluida gracias a los espíritus de su época. Hoy día, dado lo políticamente
incorrecto, no solo no encontraría edición, sino que sería públicamente
censurado. Lo cual nos lleva a inferir una triste realidad: contrario a la
opinión general, la libertad de los escritores no se incrementa con el
discurrir de las décadas: sólo cambian los tabúes.
Offenbach no se sonrojó al escribir
su Coplas la Conquista, quizá
escudado en su sentimiento profundo de conquistar el corazón de la Argentina,
quien, algo ingrata, lo condenó al olvido.
Respecto del poema, las Coplas a la Conquista imita la sextilla
de la copla Manriqueña, de dos tercetillos de pie quebrado encadenados, con
versos octosílabos y un tercero de cuatro sílabas, rimando en forma consonante.
El armado de las estrofas, en general, respeta los seis versos en cuanto a
sentido se refiere, aunque hacia al final de la copla se permite ciertas
licencias. Como dije, la temática es polémica y cualquier censura que pueda
hacerse será, más allá de todo, un elogio para Offenbach: le permitirá
sacudirse el polvo del abandono.
Coplas a la Conquista
Desde una tierra
ajena,
más allá del
mar eterno,
insondable,
trajeron
dolor pena
y las
sombras de un infierno
memorable.
Con sus
naves de maderas
y sus
hierros afilados,
sin razones,
extirparon
primaveras
de aquellos
atormentados
corazones.
Vinieron a
estos lados,
humildes
desde su origen,
ambiciosos,
correando
por los costados
la baba de
los que eligen
solo el oro.
Con más sed
que gratitudes,
señores de
sus cadenas
sin amor,
sembraron
las latitudes,
vírgenes
ante sus penas,
de dolor.
Con ansias
de hallar sin más
la fuente de
los deseos
terrenales,
alzaron la
suspicaz
excusa de
los saqueos
y otros
males.
Sangraron la
piel, la huella,
la paz de
una tierra herida
y su alma.
Extinguieron
a la estrella
de la selva
pura y vida
y su calma.
Y ese canto
abierto al río,
a los
bosques y sus aves
milenarias,
fue callando
ante el frío
que
plantaron esas naves
funerarias.
Y entre
tanta oscuridad,
muerte,
llanto, sangre y peste,
por destino,
libres de
toda maldad
como un
consuelo celeste,
cristalino,
llegaron la
cruz, la letra,
Cervantes,
Dante y Virgilio,
fulgurantes;
la grafía
que penetra,
que
transforman en idilio
los amantes.
Arribó la
poesía
y el papel
junto a la mano
a salvar
lo que antes
parecía
condenado al
humano
olvidar.
Y las voces
cual cristales,
que en el
viento ayer vivían,
encontraron
en los
signos perdurables
el lugar que
merecían
y quedaron.
Y de pié, en
las heridas
de una
guerra que, repito,
no ha
acabado,
miro las
cosas perdidas,
alzo Las Letras y grito:
¡Yo he
ganado!
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