lunes, 14 de octubre de 2013

Coplas a la Conquista, de Ricardo Offenbach.


El poeta Ricardo Offenbach nació en Montevideo en 1904, aunque siempre se consideró a sí mismo un porteño de raza. Su familia se mudó a Buenos Aires en 1914, por lo que sus recuerdos del hermano país oriental se limitaron a su temprana niñez y a algún que otro viaje breve siendo ya mayor. Sin embargo, y con un inexplicable ocultamiento que solo puede justificarse en algún inconveniente familiar, Offenbach siempre se presentó como argentino. Pocos rastros quedan de su origen uruguayo más que cierta documentación en migraciones y alguna correspondencia de sus padres enviada en el breve período de exilio interno que los obligó a mudarse a Córdoba durante el golpe de Aramburu. Juan Manuel Offenbach, su padre, empleado en la Oficina Postal de Buenos Aires, era un anarquista extrañamente devenido en fervoroso radical, que resistió el golpe de estado hasta que las amenazas que recibía en su trabajo comenzaron a proyectar sombras reales. Con acierto optó por el cuidado de su familia y se mudó a Altagracia, donde viviría hasta su muerte pese a los constantes intentos de Ricardo de llevarlo consigo a la capital durante su vejez.

viernes, 27 de septiembre de 2013

Sabiduría e inteligencia

Jesús y los fariseos - James Tissot
Se puede alcanzar la teoría sin que, por eso, la vida cambie en lo esencial. Recuerdo el pasaje en el que, refiriéndose a los maestros de la Ley y a los fariseos, Cristo exhorta: “Hagan y cumplan todo lo que ellos dicen, pero no los imiten, porque ellos enseñan y no practican” (Mt 23, 3). El hecho de que la teoría no tenga un correlato en la práctica no anula ni desautoriza esa teoría. Se puede saber cómo hay que vivir, qué cosas son las verdaderamente importantes, qué merece desvelos y qué no; se puede saber teóricamente todo eso y, sin embargo, seguir con una vida ansiosa y desequilibrada. A lo mejor, por esto mismo vivimos en un mundo con gente cada vez más alfabetizada, más informada y en algún punto (a discutir) más inteligente, pero definitivamente menos sabia; un mundo donde el médico fuma, donde el psicólogo va al psicólogo y donde el deportista no está exento de los más peligrosos excesos.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Los caminos de la felicidad

Aristóteles

             Mientras más uno se pregunta sobre la felicidad, menos es capaz de alcanzarla. Entre los males de nuestro tiempo se encuentra esa absurda y lastimera propensión a preguntarnos todo el tiempo si lo que hacemos, si las personas con las que estamos, si el trabajo al que le dedicamos nuestra vida nos hace feliz. Desde el momento en que nos preguntamos eso empujamos la felicidad varios metros (o kilómetros) más adelante. Creo que mis abuelos eran felices, y lo eran porque no esperaban serlo. Simplemente vivían, tomaban sus mates a la tarde y veían crecer a sus hijos primero y a sus nietos después. Ahora, en cambio, solemos interrumpir el curso de la vida con la angustiante pregunta: ¿Esto me hace feliz? ¿Él/ella me hace feliz? No hay que preguntarse entonces por qué hay tanto depresivo suelto o por qué los matrimonios ya no duran como antes. Los psicólogos, por su parte, están chochos.