En su
novela El péndulo de Foucault,
Umberto Eco pregunta, por medio de un personaje, por qué no podríamos pensar en
la posibilidad de que Jesús haya sido un invento*.
La historia de la humanidad está hecha de ellos, y muchos, aunque nacidos de la
imaginación de los hombres, han encontrado su «confirmación» en el mundo de las
cosas reales. De esta manera, Eco da
voz al mitismo, esa corriente que pone en duda no ya la divinidad del
carpintero de Galilea, sino su misma existencia histórica.
Dejando de
lado los diversos estudios sobre la persona de Jesús y los «hallazgos» histórico-científicos
de sus huellas (desde el descubrimiento de su supuesta casa en Nazaret por
parte del arqueólogo Ken Dark hasta distintas fuentes antiguas no cristianas
que, directa o indirectamente, lo nombran), me parece interesante la propuesta
que hace Antonio Piñeiro (Doctor en Filología Griega, especializado en Lengua y
Literatura del Cristianismo Primitivo de la Universidad Complutense de Madrid)
en su nota «Jesús, el obrero que trabajaba la madera en Galilea», publicada en
el diario Perfil el 5 de abril de 2015**. En esta nota, Piñeiro opina que «Si
Jesús fuera una mera invención de los evangelistas, lo habrían inventado de un
modo que no les produjera tantas dificultades, tantos dolores de cabeza a la
hora de mostrar quién era el personaje». La hipótesis es simple, pero no carece
de sentido común. Si cuatro amigos, como decía Eco, se propusieran inventar una
historia, ¿no intentarían hacerlo de forma tal que ellos mismos pudieran
explicarla satisfactoriamente? Y sin embargo, lo que queda en claro a medida
que uno lee los Evangelios es justamente lo contrario: Jesús no sólo es un
misterio para los hombres del siglo XXI, sino que también lo fue para las
personas que, hace dos mil años, escribieron sobre él. Para fundamentar su
postura, Piñeiro menciona la escena del bautismo de Jesús a manos de Juan
Bautista en el río Jordán. Efectivamente, si Jesús era el Hijo de Dios en la
tierra, no tenía pecado, por lo que la necesidad de ser bautizado (necesidad
que él mismo deja en claro) no tendría sentido. ¿Para qué alguien que no tenía
pecado necesitaba someterse a una ceremonia que, se suponía, lavaba los pecados
del hombre? Para Piñeiro, esta incomodidad está presente en los Evangelios,
como se ve en «la manera como un evangelista detrás de otro tratan la escena,
cómo procuran explicarla y arreglarla hasta llegar al Evangelio de Juan que la
elimina». Esta escena sería, entonces, la primera de las tres que podríamos mencionar
y que, siguiendo la hipótesis de Piñeiro, nos permitirían pensar que Jesús, en
tanto persona histórica, existió.
Pero hay al
menos otras dos escenas de los Evangelios que Piñeiro no menciona y que también
mostrarían que detrás de lo escrito no hay una mera invención del hombre, sino
la intención de dejar plasmado algo que efectivamente se vio o se creyó ver.
Por ejemplo, el mismo nombre del Mesías. De haber sido la persona de Jesús un invento,
los evangelistas hubiesen hecho coincidir el nombre del personaje inventado con
el del Mesías de la profecía proclamada por Isaías: «El Señor, pues, les dará
esta señal: la joven está embarazada y da a luz un varón a quien le pone el
nombre de Emmanuel, Dios-con-nosotros»
(Isaías 7, 14). La intención de los evangelistas de hacer coincidir los pasos
de Jesús con las profecías del pueblo de Israel es más que evidente. Por eso, de
ser todo una invención, ¿por qué entonces no utilizar el nombre de Emmanuel en
vez del de Jesús? La respuesta más sencilla (y, Occam mediante, la más verosímil)
es que la persona a la que creían el Mesías había existido y no se llamaba
Emmanuel, sino Jesús, por mal que le pese a la profecía.
Por último,
tenemos esa frase enigmática que Jesús pronuncia antes de morir en la cruz: «Elí, Elí, lamá sabactani» (Mateo 27, 46
y Marcos 15, 34). La traducción, dada por los mismos evangelios, es más que
conocida: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Es una frase
controversial, que ha exigido varios ríos de tinta para poder justificarse. Si
la persona misma de Jesús fue un invento en vista de obtener algún beneficio,
¿por qué entonces no descartar una frase tan difícil de conciliar con la imagen
que se pretendía dar del Hijo de Dios?***
Un bautismo
innecesario o que contradice la naturaleza del Salvador, un nombre que no coincide
con las profecías y una frase que invita a la reflexión cuando no a la simple y
oscura desazón… De haber sido Jesús una simple ficción urdida por cuatro
personas, entonces tendríamos que pensar que la invención literaria más
importante de la historia nació de las manos torpes de cuatro escritores improvisados.
¿Difícil de creer, no?
*
Textualmente, Eco dice: «–Ahora que lo dices… Veamos, Mateo, Lucas, Marcos y
Juan son una banda de juerguistas que se reúnen en alguna parte y deciden hacer
una apuesta, se inventan un personaje, se ponen de acuerdo acerca de unos pocos
hechos esenciales y el resto que se lo monte cada uno, después se verá quién lo
ha hecho mejor. Más tarde los cuatro relatos caen en manos de los amigos, que
comienzan a pontificar, Mateo es bastante realista, pero insiste demasiado en
esa historia del Mesías, Marcos no está mal, pero es un poco caótico, Lucas es
elegante, eso no puede negarse, Juan se pasa con la filosofía… pero, bueno, los
libros gustan, pasan de mano en mano, y, cuando los cuatro se dan cuenta de lo
que está sucediendo, ya es demasiado tarde, Pablo ya ha encontrado a Jesús en
el camino a Damasco, Plinio inicia su investigación por orden del preocupado
emperador, una legión de apócrifos fingen que ellos también están en el ajo…
toi, apocryphe lecteur, mon semblable, mon frère… A Pedro se le sube el triunfo
a la cabeza, se toma en serio, Juan amenaza con decir la verdad, Pedro y Pablo
le hacen apresar, le encadenan en la isla de Patmos, y el pobrecillo empieza a
desbarrar, ve a las langostas en la cabecera de la cama, que se callen esas
trompetas, de dónde sale toda esa sangre… Y los otros van diciendo que bebe, la
arterioesclerosis ya sabe… ¿Y si realmente hubiera sido así?» (Eco, Umberto. El péndulo de Foucault. Buenos Aires,
Ediciones de la Flor, 1989, pág. 181).
*** Para un análisis más pormenorizado de esta frase, leer
el artículo «Elí, Elí, lamá sabactani», publicado en El lugar de lo fantástico: http://ellugardelofantastico.blogspot.com.ar/2009/06/eli-eli-lama-sabactani.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario